23/1/09

Lizzie Borden

Tal y como dice la cancioncilla infantil… Lizzie Borden cogió un hacha y le dio cuarenta hachazos a su madre. Cuando vio lo que había hecho le dio cuarenta y uno a su padre.

El 4 de agosto de 1892, un rico e influyente hombre de negocios y su esposa fueron salvajemente asesinados en su hogar de Massachuttes, Estados Unidos. El crimen causó una gran conmoción, sobre todo cuando la principal sospechosa resultó ser la propia hija. Es sin duda una de las más conocidas asesinas de la historia, sin duda por lo violento que resultaron los crímenes y el inquietante juicio que se llevó a cabo.
Tanto a Lizzie Borden como su hermana Emma les resultaba insoportable la presencia de la mujer que se había casado con su padre tras la muerte de su madre, hasta tal punto que a menudo comían en sus habitaciones sin acompañar a sus padres en la mesa. Y cuanto más tiempo pasaba, más resentidas se mostraban.
El 4 de agosto de 1892, Emma se había ido a casa de una amiga, y sólo Lizzie bajó a reunirse con la criada, quién estaba preparando café. Alrededor de las 11 de la mañana la mayor de las Borden descubrió el cadáver de su padre, quien había recibido once hachazos en el cráneo mientras dormía en el sofá. La criada la oyó gritar: "¡Bridget, rápido, baja! ¡Padre está muerto! ¡Alguien ha entrado y lo ha matado! Deben haberlo hecho mientras yo estaba en el establo...
Cuando llegó el médico forense, subieron para avisar a la madrastra, y una vez arriba, descubrieron que ésta también había muerto, con veintiún hachazos en la cabeza. El cadáver, medio oculto tras la cama, estaba ya frío y con la sangre coagulada. Era obvio que había muerto antes que el señor Borden. En el sótano del piso la policía descubrió cuatro hachas y una azada, esta última cubierta por ceniza de carbón recién aplicada.
Dos días después se celebró el funeral y los cadáveres fueron incinerados exceptuando las cabezas, que fueron conservadas para seguir la investigación policial. La criada, ante el temor de que un loco asesino con un hacha anduviese suelto, se fue a dormir los días siguientes a casa de una vecina.
La puerta principal estaba cerrada con llave y la casa estaba rodeada por una alta cerca de alambre de espino, por lo que los únicos sospechosos eran las cuatro personas que vivían en la casa.
Como dos de ellos no se encontraban en el lugar en el momento del crimen, solo quedaban como posibles asesinas Lizzie Borden, la hija mayor de cuarenta años, y Bridget Sullivan, la criada.
Aunque Lizzie aseguró haber oído un gemido mientras se encontraba en el exterior de la casa y que el intruso había tenido que entrar por la cocina mientras estaba el establo, nadie pudo confirmarlo.
El doble asesinato conmocionó la pequeña y próspera ciudad de Falls Rivers, Massachusetts, y en la prensa se publicó un anuncio ofreciendo 5.000 dólares a quién proporcionase información sobre el asesino. Las sospechas de la policía recaían gravemente sobre Lizzie, y fue detenida el 11 de agosto aunque ésta se declarase no culpable.
El 25 de agosto, tras la audiencia preliminar, el juez la dejó en libertad sin fianza hasta su presentación al Gran Jurado en noviembre. Tras la detención, la prensa la pintó como una heroína y mártir. Todos creían en su inocencia.
Un año después, en el juicio, el público la saludó y vitoreó. Se había convertido en un ídolo. De todos lados le llegaban felicitaciones, y era la estrella de las portadas de los periódicos. Hasta la Iglesia estaba a su favor.
Si bien todas las pruebas apuntaban hacia Lizzie, y 21 de los miembros del jurado votaron a favor de acusarla de asesina, pero el tribunal estuvo presionado por el pueblo, que la consideraba inocente. El juicio fue el mayor acontecimiento de los medios de comunicación de la época. Se creó un enorme movimiento no sólo por los periódicos, sino también por las organizaciones religiosas, grupos femeninos, etc.
Ella era la única persona que había podido matar a sus padres. Tras salvarse de la pena de muerte, aprovechó los 250.000 dólares de la propiedad de su padre para comprar otra gran mansión en la que pasaría sus 34 años restantes.
Además, Lizzie tenía dos motivos, por un lado el dinero del padre, un hombre de mal carácter, estricto y avaro (tan estricto y sumamente protector, que las puertas interiores de la casa siempre estaban cerradas con pestillo y el señor Borden tenía a Lizzie como una niña pequeña. A sus cuarenta años, le estaba prohibido salir de casa para hablar con extraños), y por otro el rechazo hacia su madrastra, que al parecer era una mujer hipocondríaca muy posesiva y que no había acabado de encajar en aquel hogar.
Consideraba el amor de su padre hacia su madrastra como una amenaza directa para la futura herencia de la riqueza familiar en perjuicio de su hermana y ella misma. Al matar a su padre y a su madrastra, despejaba el camino de la herencia, que de este modo no tendrían que compartir con un elemento "extraño" de la familia. Si en verdad los asesinó, seguramente fue por conseguir lo que consideraba sus bienes y derechos.
De todos modos no prestó testimonio ante el juez, quien tampoco aceptó el testimonio de un vendedor que afirmó el doble intento de Lizzie por comprarle ácido prúsico, pues la acusada alegó que lo utilizaba como antipolillas. La defensa se aferró a la ausencia de sangre en sus ropas, sin darse cuenta que la mujer pudo haber cambiado de ropas entre que los mató y "descubrió" los cadáveres. Tampoco tuvieron en cuenta el testimonio de la criada afirmando que el domingo posterior a los crímenes, Lizzie estuvo quemando un vestido nuevo que estaba manchado "con pintura", "para ordenar un poco el guardarropa", según ella misma.
Tampoco era cierto que en el momento de los hechos, Lizzie estuviese en los establos, pues el calor que solía hacer allí dentro no se soportaba muchos minutos, ni tampoco había polvo de pisadas en los tablones. Y por último, los periódicos informaron, poco antes del juicio, que se había hallado otro cadáver en Falls River, muerto de manera idéntica a los otros dos...
A pesar de todo eso, curiosamente la mujer fue absuelta. En Massachusetts todavía reinaban prejuicios contra la ejecución de mujeres, desde que se había ahorcado, años antes, a una joven que resultó estar embarazada de cinco meses.
Cuando el portavoz del jurado pronunció el veredicto de "inocente", el público de la sala comenzó a aplaudir y a felicitar a la mujer, quién rompió a llorar pidiendo que se la llevara a casa

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